El fútbol y yo

Realmente debo confesar o más bien reconfirmar que tengo una relación amor/odio con el fútbol. Desde siempre ha sido para mí, un deporte sumamente “X”, salvo cuando juega la selecta de playa o en fechas mundialista cuando de vez en cuando te podés echar un tu taco de ojo. Como cosa rara, siempre he salido con hombres que les gusta el fútbol. Unos un tanto dementes y otros quizá hasta pasivos, de esos que solo les gusta ponerse la camisita e ir a plantear a algun bar para que los vean que apoyan a un determinado equipo. Pues sí, cada quiene es libre de envenenarse la vida de la manera que mejor le parezca creo yo. En mi caso, y para defensa mía, debo decir que no es que no tolere ver un partido completo, pero es que me da una megahiperultra hueva ver a 11 majes corriendo tras una pelota. Con todo respeto para el que le gusta ese deporte, pero prefiero ver a 11 brutas corriendo en tacones adentro de un almacen comprando ropa en rebaja. Pero ese no es el punto. Hoy quiero contar mi grata y no tan grata experiencia tras bambalinas con el fútbol, Ojo, que yo nunca lo he practicado,-no soy para nada diestra ni en la cancha, ni en la calle- pero el domingo pasado me tocó acompañar a una persona a ver a su equipo jugar. Conste que fui porque me tocaba pagar por haber ido a misa temprano, y porque había un desayuno prometido al finalizar el partido. Pues bueno, la cosa es que nos dirigimos a una famosa cancha en las cercanías del Estadio Cuscatlán. Jamás había ido ahí, y desde la entrada del parqueo se podía oler y sentir aquella testosterona desparramada. Como diría una amiga: testosterona pura "ebriguer" -va disculpar ud mi inglés, pero la RAE me permite escribirlo tal y como se pronuncia-. Parecía el paraíso perdido y encontrado por los hombres. Aquel oasis donde pueden tener aquella fantasía de ser unos grandes jugadores así como los que salen en la televisión, sí, esos mismos que suelen lucir uniformes entallados y bien manufacturados -claro que también tienen el cuerpazo para poder llenarlos-. Acá también los llenan, pero de lodo, grama y una que otra sustancia. Desde que entramos me percate que iba por mi propia cuenta. La persona con quien yo iba se había transformado desde nuestra lelgada en un zombi futbolero, que aunque no jugaba, gritaba, saltaba, puteaba y se apasionaba como que de una gran final se tratase. Para no complicarme y no complicarle la vida a nadie, y seguir siendo "x", casi invisible ante todos, opté por hacerme a un lado y quedarme sentada observando cuidadosamente el escenario. A ver, habían como 50 hombres en un perímetro no más de 1000 metros cuadrados, que realmente tenían una mirada desorbitada, que al solo dejarlos entrar a las canchas se convertían en los próximos "Leonel Messi", O "CR7", y no lo digo por cómo jugaban, sino por el diseño de los uniformes que lucían. Y es que si algo me pude dar cuenta es que los hombres también les gusta ser fashion, solo que los de acá fallaron mucho al escoger colores y diseños. Pero todavía no entraré en esos detalles, más bien hablaré de las actitudes de muchos "jugadores" que pude apreciar en mis casi 45 minutos de estadía. Con pesar estuve los 30 minutos en ese lugar. Gracias a Dios era fútbolito rápido, pero no lo suficiente para hacer que mi tormento terminara pronto. De repente un grito desesperado de "GOOOOOOOOOOOOOOL" me hizo brincar del susto y ver quién iba ganando, pero solo por cultura general, y porque sabía que me iban a tocar el tema después del "mascón". En resumen, un equipo ganó y otro perdió. Vaya sorpresa jajajaja. Gritos, amenazas, malas miradas, chiflidos de burlas, y un "vamos, a la otra les metemos mas chutazos a estos", fue la ensalada de emociones y frases que estuvieron presentes en ese momento. No entiendo ¿para qué juegan si son malos perdedores? Es obvio que para que alguien gane, el otro debe de perder. Pero en fin, la tortura terminó y yo me voy feliz porque me dirijo a mi premio "Un delicioso desayuno" y la promesa de que no volvería a pisar de nuevo esa cancha por un buen tiempo.

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